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jueves, noviembre 21, 2024

Ex sacerdote cambia violencia por paz

*.- En comunidad de San Antón, Morelos
*.- Lo llegaron a “encañonar” para que desistiera

Morelos 03 de julio de 2016 (AFN).- Como sacerdote –que era entonces- Antonio Sandoval Tajonar, párroco de la comunidad de San Antón, en Morelos, había generado tanto “ruido” que un día no sólo recibió amenazas de muerte, sino que le fue colocada un arma en la cabeza para rubricar el acto de convencimiento de dejar por la paz, la construcción de un modelo de fortalecimiento social que rescató a esta población de las garras de la violencia, y que está convencido, puede ser útil a muchas otras comunidades del país.

   Su convicción es tal que después de haber renunciado a 24 años de vida sacerdotal en diciembre de 2014, hoy, ya sin la sotana, está entregado a la réplica en todo el estado de Morelos, de ese modelo que probó su éxito en el convulsionado poblado de San Antón, donde la alegría había desaparecido, las calles dejaron de pertenecer a sus habitantes, y se vivía un ambiente de muerte.

   “Cuando a mí me mandaron a trabajar a la parroquia San Antón, aquí cerquita,  en el 95, esa parroquia era considerada como uno de los focos rojos de la ciudad, por la presencia de pandillas juveniles, tráfico de drogas, inseguridad, violencia de todo tipo, al grado que repartidores de bienes y servicios y taxis no entraban. Cuando me enviaron el taxista no quiso entrar, esa experiencia marcó mi vida, porque ahí tuve oportunidad de conocer el dolor de los chavos metidos a pandillas, drogas y transgresiones a la ley”, recuerda hoy transcurrido el período de siete años que sirvió en el poblado.

   A los seis meses de haber asumido la responsabilidad parroquial, un grupo de vecinos, se acercaron para sugerirle que no perdiera el tiempo, que el desorden no tenía remedio. Dos pandillas se disputaban el control territorial y escenificaban frecuentes hechos de violencia, la banda de Las Flores y la de los Vampi-pañales, formada por los restos de Los Vampiros y Los Pañales, quienes disputaban alentados por conflictos incluso heredados generacionalmente 30 años atrás.

   “Cuando me dijeron que no se podían cambiar las cosas me enojé mucho y les dije: no estoy de acuerdo porque a mí me parece que ninguna comunidad tiene un destino para la muerte sino para la vida. Se fueron ellos pensando que este curita que les había llegado era iluso, tonto, ingenuo, porque las cosas no iban a cambiar”.

   “Para mí fue una experiencia tocar el dolor de la gente. Algo que es mi convicción es que en este México parece que muchas comunidades ya tienen un destino marcado, un destino manifiesto, y ese destino manifiesto no siempre es un destino de vida, y yo me rebelaba y decía que las cosas no tienen que ser así.”

   Confirmó entonces lo que ya había visto antes, que las pandillas juveniles son la familia alterna, sustituta, la familia que muchas veces los adolescentes no tienen en casa, y entre ellos hay gente de un corazón enorme, generosísimo.

   No sin esfuerzo, poco tiempo después convenció a unos y otros de comprometerse con un proceso de reconciliación, que terminó alcanzando a muchas de las familias que decidieron sumarse resolviendo conflictos internos. El ánimo social comenzó a transformarse.

   “Fue un momento que marcó mucho a la gente de la comunidad. De ese proceso de reconciliación se detonaron muchos procesos de reconciliación de familia, esto se dio cerca de una navidad y después a los días cuando celebrábamos la navidad una familia me llamó y me dijo que a raíz de lo que acababa de acontecer con los chavos, nosotros hemos platicado en la familia que hemos estado divididos sin hablarnos desde hace 10 años y hoy decidimos que queremos acabar con esto”, recordó Sandoval al hablar para AFN.

   El clima social del poblado de ocho mil habitantes se enrareció aún más cuando Morelos vivió la peor crisis de inseguridad de su historia de 2008 a 2012. Comenzaron a aparecer los decapitados y colgados de los puentes, y los delincuentes se apoderaron de las calles llegando incluso a decretar toque de queda, que obligaron a la gente a refugiarse en sus casas mientras los negocios cerraban sus puertas.

   Hoy la historia es distinta, dice, años después de haber trabajado en dicha comunidad, sigue recogiendo testimonios de quienes lograron darle vuelta a su vida. Unos se hicieron profesionistas, otros se convirtieron en empresarios y otros más decidieron promover talleres y dar empleo a chavos metidos a las pandillas, para evitarles la experiencia y que hagan algo útil con sus vidas.

   Dos años antes de su renuncia al sacerdocio, Sandoval Tajonar decidió participar como Secretario Ejecutivo en la creación del Consejo Consultivo Ciudadano para el Desarrollo Social. Hacía poco tiempo que había iniciado su gestión el gobierno perredista de Graco Ramírez, y estaba convencido de que desde la administración estatal podría impulsarse una política pública del desarrollo social, que hiciera posible mejorar la calidad de vida en las comunidades de todo el estado, tan urgido de paz social.

   Venía de un pasado personal con muchas inquietudes y preocupaciones acerca de las comunidades de escasos recursos, de las familias desintegradas, y dicha preocupación lo llevó en algún momento incluso a estudiar la carrera de economía, pensando en encontrar en la vida pública algún espacio desde donde se pudieran impulsar cambios de calidad en el tejido social. En otro momento se había afiliado incluso al Partido de los Trabajadores, en tiempos del reconocido líder de izquierda, Heriberto Castillo.

   Finalmente recapituló y decidió que muy probablemente el ministerio podía ser la mejor opción y a eso terminó entregando 24 años de su vida. Hoy lo mueve otra cosa, y luego de exponer en una carta pública las razones de su decisión (tras negar motivaciones sentimentales o políticas), determinó entregarse al trabajo comunitario.

  Hace ya 14 años que cerró el capítulo sobre su participación en San Antón, y sigue pensando que independientemente de la creencia religiosa, la propia gente puede hacer algo por sí misma y basta organizarse y tener la disposición de hacer las cosas, como lo probaron otros casos de éxito posteriormente.

   Cuando la violencia del narco y sus expresiones de horror y barbarie superaron con creces la experiencia conocida con las pandillas juveniles, descubrieron también que las poblaciones menos penetradas por el narco eran indígenas que mantenían su tejido social sustentado en la más tradicional organización de servicio y colaboración para los aspectos más importantes sobre su funcionamiento comunitario.

   “No son las autoridades las que tienen que hacer las cosas, sino las comunidades mismas. Siempre he trabajado de la mano de las autoridades, independientemente del origen partidista, las autoridades están llamadas a coadyuvar al proyecto que las comunidades van definiendo, partimos de eso y buscamos la ayuda y los recursos. Ellos tienen que definir el sueño y el destino al que van caminando y estoy convencido que en las comunidades la gente quiere vivir bien”.

Escapar en San Antón al clima de descomposición y violencia que se vivía en muchas áreas de Morelos no fue tarea fácil.

   “Comenzamos por algunas cosas específicas. Creo que este pueblo está llamado a la alegría y en medio de tanta tristeza hay que recuperar la alegría, es una de las cosas fundamentales es el tema de la fiesta, y no te hablo de la fiesta donde la gente  se llena de cerveza, no, la fiesta, el poder celebrar nuestros pequeños logros, conquistas, etc.,” dice el hoy ex sacerdote.

   Un segundo tema fue plantearse como una comunidad abierta, una comunidad dispuesta a la acogida, y un ejemplo de ello fue la experiencia de recibir y acoger en su seno a integrantes de la caravana zapatista que recorrió México rumbo a la capital del país. “Nosotros recibimos a gente zapatista ahí en la comunidad y era un motivo de fiesta porque el dolor de los hermanos de Chiapas se convertía también en nuestro dolor y lo compartíamos y nos ayudaba a sanar al mismo tiempo nuestro dolor”.

   Una tercera vertiente de trabajo fue el tema educativo, por considerar que además de su poder preventivo, también abre oportunidades para los jóvenes.

   Un cuarto tema tenía que ver con la recuperación del espacio público, es decir la calle, porque cuando la gente deja de salir los espacios los llenan otros. “Hay que hacernos de la calle  con acciones simbólicas muy pequeñas como pintar fachadas, pintar guarniciones, limpiar predios baldíos, limpiar barrancas, que nos permiten también otro sentido, que es el sentido de que nosotros somos responsables de nuestra casa común, y entonces esos se convertían en auténticos días de fiesta donde participaban niños muy pequeños hasta personas mayores, señoras que a lo mejor no podían agacharse para pintar pero sacaban sus vitroleros con agua fresca para que la gente pudiera hacer algo”.

   También en el tema de la participación política se dieron cuenta que había cosas que hacer, comenzando por entender que los políticos tendrían que ser los servidores de los ciudadanos “y entonces antes de cada elección lográbamos hacer foros donde los candidatos de todos los partidos podían llegar y no sólo a hacer su propuesta sino escuchar las propuestas y las demandas de una comunidad especifica como esta y después cada quien votaba como quisiera”.

   “Esto nos permitió empoderar a una comunidad como creo que se pueden empoderar muchas otras comunidades, para ver al político no hacia arriba, sino ver al político a los ojos, a la cara, y decirle ´Si yo te contrato en el fondo yo soy el que manda porque yo soy el que te paga y esto es lo que quiero que hagas´. Esto genera un cambio cultural y de percepción muy importante”, añadió Sandoval Tajonar.

   Luego llegaría la opción de los pactos comunitarios, como el nacido en 1998 para establecer acuerdos sencillos, como el de vivir las fiestas del pueblo sin violencia, sin alcohol ni droga, y la decisión de que todos se cuidarían unos a otros. Cerca de tres mil habitantes lo firmaron para que San Antón recuperase el espacio de atractivo que había tenido por muchos años para sí mismo y para Cuernavaca. El modelo fue replicado en otras comunidades, donde las autoridades civiles y religiosas firmaban como testigos y con el compromiso de apoyar el destino que la comunidad había elegido.

   Años después, los residentes decidieron que el pacto ya no era suficiente y que era posible hacer cosas más grandes, como trabajar en ocho grandes temas de su interés, como el tema educativo, ambiental y económico, entre otros, amén de participar en sus procesos electivos de ayudantes municipales e integrantes de los consejos de colaboración ciudadana del municipio.

   Todo este conjunto de acciones tendentes a reconstruir el tejido social y recuperar la armonía y convivencia comunitaria, resultaron incomodos para los delincuentes, quienes lo ubicaron como responsable y le amenazaron de muerte.   En un momento álgido un delincuente le puso una pistola en la cabeza, y en otros, golpearon a integrantes de los grupos juveniles que participan en el proyecto de fortalecimiento comunitario.

   “El asunto no fue fácil, fue un asunto en donde había que entrarle porque ahí la opción era seguir viviendo en el miedo o transformar nuestro miedo para poder participar y decidir qué tipo de comunidad queríamos hacer”.

   Muchos de estos conceptos y visiones han sido incorporados a la Ley de Desarrollo Social que se diseñó para Morelos en esta administración, así como su Consejo Ciudadano de Desarrollo Social, donde se logró la representación ciudadana, del mismo modo que la Coordinadora Estatal para el Desarrollo Social y la Comisión Estatal de Evaluación de la Política Social, que actualmente han echado raíces y se han institucionalizado y difícilmente podrían desaparecer con la llegada de nuevos gobiernos.

   El proyecto ha funcionado a pesar de aquellos servidores públicos que no se sienten todavía cómodos con el hecho de que los ciudadanos sean quienes les digan lo que se tiene que hacer. El logro de gran relevancia fue incorporar a las políticas públicas en materia de desarrollo social, un modelo de construcción integral del tejido social, que se alimenta en gran medida de la experiencia comunitaria vivida en San Antón, así como de la reflexión de académicos en este campo, y de la participación directa de la ciudadanía.

   Sandoval Tajonar ha negado tener interés de promoverse o participar políticamente y buscar un espacio de elección popular, a pesar de las voces que aseguran lo contrario. No es su objetivo, al menos en este momento.

   Eso sí, está convencido de que la política es una actividad muy noble a la que hay que rehabilitar para que las nuevas generaciones se convenzan de que la política no es algo sucio o naturalmente corrompido. “La política es la decisión generosa, digo yo, de servir desde algo que la ciudadanía te otorga para lograr concretar los sueños y los ideales que la gente tiene y eso es un grito urgente en este país desde muchos frentes y lo estamos viendo en los comicios que tenemos recientemente. La gente está pidiendo a gritos que lo público se transforme y que el ejercicio de lo público se transforme”.

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