SANTIAGO DE CUBA (La Silla Rota)- “Tengo que venir, nos mandan”, dice sereno Miguel, un chico mulato de 15 años de edad mientras se recarga en el pasto de la Plaza de la Revolución Antonio Maceo. Al fondo se escuchan algunos cánticos -esparcidos en grupos- para Fidel Castro, el líder revolucionario que ha muerto y cuyas cenizas ahora están en esta ciudad.
“Gloria al comandante, yo soy Fidel”, son las estrofas aprendidas de memoria que ahora corean jóvenes de quizás 20 años, que parecen comandados por una mujer de la misma edad que alza la voz para alentar a secundarla.
“Es importante, claro que sí fue importante, desde que entré a la escuela no han dejado de enseñarnos sobre su vida, sus hazañas, todo de él… Pero a mí nunca me tocó verlo, o no que yo recuerde”, continúa Miguel. Es observado por su compañero del preuniversitario, un chico blanco que prefiere no hablar y sólo asiente.
Es sábado por la noche y esta ciudad vive un homenaje, el último, a Fidel Castro. Un evento en el que coinciden líderes políticos de otros países y que será coronado por un discurso del presidente Raúl Castro. Este domingo fueron inhumados sus restos en una ceremonia privada en el cementerio de esta misma ciudad, donde también son albergados otros íconos de la independencia y la revolución cubana.
Miguel se refiere a Castro con un dejo de respeto que no se alcanza a entender si es genuino o aprendido. “Igual nos preguntan en clase sobre el evento; hay que estar. Además, es Fidel. Mi mamá dice que sin él ni ella ni yo habríamos estudiado”, continúa el chico.
Al último evento público para recordar a Fidel, antes de depositar sus restos bajo la tierra, acudió una multitud estimada en 100 mil personas, en una ciudad con una población de poco más de un millón de habitantes y que por ello estuvo lejos de paralizarse salvo en su primer cuadro y un par de hoteles de lujo.
Estructuras organizadas a través de colegios, sindicatos y otros grupos gremiales parecen haber hecho posible esa asistencia. Los uniformes de camisolas azul claro con pantalón o falda en tono más oscuro resaltan la presencia de los estudiantes. Las café y verde seco, de jóvenes militares. Al lado de Miguel, un par de adolescentes sonríe a la cámara de LA SILLA ROTA mientras con un marcador escriben sobre su cara el nombre del homenajeado. “¡Aquí!”, grita otra chica para que también se le capten fotografías con un cartel en la mano que dice “Yo soy Fidel”.
Santiago, que este año celebra cinco siglos de fundada y fue capital del país -hasta que a mediados del siglo XVI tal calidad fue asignada a La Habana para obstaculizar los ataques de piratas-, se halla casi en el extremo oriente de la isla y su historia se entrevera con la de la nación y la personal de Castro Cruz. De ahí que se trate de una ciudad orgullosa y en el discurso oficial se le alude como “heroica”.
Entre sus habitantes siempre ha predominado la retórica de ser un activo de la Revolución. Muy al contrario que las dos ciudades más turísticas, La Habana y Varadero (Matanzas), donde muchos de sus residentes, sobre todo los jóvenes y cada vez más, se expresan de manera negativa hacia el régimen.
Castro nació en 1926 en la vecina provincia de Holguín, pero en Santiago cursó estudios preuniversitarios y forjó sus compromisos ideológicos. Dominado por visiones nutridas por la compleja historia cubana -independencia largamente diferida, intervención estadounidense, dictadura interna-, un Castro que aún no cumplía los 28 años organizó aquí a un escueto grupo de milicianos e intentó un asalto militar sobre la enorme y céntrica fortaleza que albergaba al cuartel Moncada, el ahora mítico 26 de julio de 1953, que dio inicio a una leyenda de casi seis décadas.
Último bastión conquistado por Castro Ruiz y sus guerrilleros poco antes de hacerse del poder en 1959, esta ciudad cobijó este fin de semana sus cenizas en un homenaje final en la plaza dedicada al héroe independentista Antonio Maceo.
Los restos del último revolucionario romántico del mundo fueron sepultados este domingo en el referido cementerio local. Y con ello se abrió una interrogante sobre el futuro del todavía hermético régimen castrista, que en enero cumplirá 58 años de vigencia.
Singularmente, esta ciudad, la segunda en importancia económica pero acaso la más moderna, albergó por unos días un escenario de contrastes: por un lado, multitudes largamente educadas en el culto al viejo líder barbado, que ondearon banderas, exhibieron carteles y entonaron cánticos aprendidos desde el jardín de niños. Por otro, esta ciudad -como el resto de las zonas urbanas del país- no puede ocultar una clase emergente, una nueva generación más conectada con el mundo y en particular con el exilio cubano, que decidió ausentarse o incluso desdeñar el largo adiós a Castro.
A unos 800 metros de la Plaza Revolución donde sucedía el sábado el homenaje, decenas de jóvenes millenials permanecían en el Parque Ferreiro -uno de los cinco puntos de la ciudad donde hay acceso a Internet inalámbrico (Wi-Fi)- conectados desde un dispositivo con el resto del mundo, gracias a tarjetas que vende una empresa del Estado a razón de 2 CUC (unos 45 pesos mexicanos) para navegar por la red apenas durante una hora. Precio exorbitante si se compara un sueldo promedio que oficialmente tiene una base del equivalente a 12 dólares mensuales (250 pesos en moneda local) y con suerte se eleva a 30 dólares (600 pesos) para profesionistas que laboran en empresas del Estado, aunque luego se lancen a la economía informal o en la modalidad de pequeños negocios “por cuenta propia”, para complementar su ingreso.
“Aquí el futuro es el ‘cuentapropismo’”, dice Eloy, un santiagueño que acude este domingo a presenciar la inhumación de los restos de Fidel Castro en el cementerio de la ciudad, tarea en la que fracasó debido a la decisión del gobierno cubano de bloquear el paso al público para el acto. El panteón fue rodeado a medio kilómetro alrededor por soldados del régimen para evitar que civiles o incluso la prensa se acercara. Sólo los 27 cañonazos anunciaron a los que estaban fuera la culminación de la inhumación. La multitud comenzó a corear lemas y a entonar el himno nacional cubano.
El llamado “cuentapropismo” aprobado hace cuatro años por Raúl Castro, presidente del Consejo de Ministros y al mismo tiempo líder del Partido Comunista Cubano, ha permitido a los habitantes de la isla ofrecer sus servicios como payasos, vendedores de ropa -como en el caso de Eloy- y otros oficios, pero también abrir restaurantes cada vez más sofisticados, se suma a los ingresos de miles de familias derivados de las remesas enviadas por el exilio cubano desde Estados Unidos, que por vez primera y gracias a la apertura decretada por el gobierno Obama, está protagonizando viajes a los diversos aeropuertos de la isla en aerolíneas norteamericanas que cuentan ya con decenas de vuelos a la semana.
Las remesas son otra vía de flujo económico que se espera despunte tras la suavización de limitaciones de intercambios financieros anunciado recientemente y que espera que el promedio anual por remitente pase de los mil 250 dólares a los 2 mil 400 dólares. En total se estima un flujo de mil 400 millones de dólares, por año.
Contradictoriamente, aun no hay “cuentapropismo” para que profesionales presten en forma independiente sus servicios como médicos, ingenieros o abogados, los que deben trabajar en empresas del Estado o laborar en empresas extranjeras asentadas en el país, en una relación controlada en la que el gobierno cobra a esas empresas -un hotel, por ejemplo- en dólares y paga a los cubanos en moneda local. Es frecuente que un buen día de propinas en un hotel supere para un maletero, por ejemplo, el sueldo que le cubre el Estado por un mes de labor.
“Ahora ya nadie quiere ser licenciado, o estudiar… todos queremos acercarnos al turismo, trabajar como carga maletas por una propina extra, trabajar de meseros, de chofer… ya no nos sirven los estudios”, comenta Isidro, un taxista de Santiago que tiene su auto propio, un Chevrolet del año 56 que heredó de su padre y por el que -asegura- le podrían dar hasta 30 mil CUC (unos 700 mil pesos mexicanos) debido a que en el país no se fabrican nuevos automóviles y el hecho de tener uno representa un oportunidad de negocio.
“Tampoco hay financiamiento, no hay bancos que te presten dinero, así que el dinero tiene que venir de fuera y tiene que ser en efectivo”, dice Isidro.
“A mí que no me hablen de mierda de Revolución”
A 959 kilómetros de Santiago, en La Habana, Ana mira profundamente con sus ojos claros a sus interlocutores. Con un gesto de enojo afirma “eso de la Revolución… puf, la mierda… a mí no me cuenten eso, a mí que me ayuden a sacar a mi niño adelante”. Ana tiene 20 años de edad y un bebé de dos, hijo de un español turista que conoció cuando fue a vacacionar. Él la visita de vez en cuando y a veces le envía dinero. “Me vine de la ciudad de donde soy, del interior, a La Habana con una tía, aquí aún no tengo trabajo, pero salgo a la calle, conozco gente, a los turistas los acompaño a veces y me da un poco de ayuda”, dice.
Esta mujer millenial habla varios idiomas y toca diversos instrumentos, pero su preferido es la flauta. Se presenta con un amplio grupo artístico en uno de los mejores restaurantes de la capital cubana. La conversación se desarrolla en un café de la Habana Vieja, frente a un televisor que transmite el único canal, de propiedad estatal y que desde el día 25 en que falleció Fidel Castro, sólo ha presentado documentales sobre el revolucionario isleño y los pormenores del viaje de sus cenizas por todo el país hasta Santiago de Cuba.
Deyanira apenas y voltea a ver el televisor. Le dirige una mirada breve, como la que se dedica a una escenografía harto conocida y aburrida. Si 85% de la población cubana conoció durante toda su vida a un solo líder político, esta joven representa a una generación que quiere tomar decisiones y para la cual la era de los Castro le dice pocas cosas.
Esta música de sonrisa amable, pero mirada desconfiada refiere que sus padres se separaron “hace muchos años”. Su padre se exilió en Miami “y se olvidó de nosotros, y su madre migró a Italia donde permaneció hasta que hace apenas dos años hizo su primer viaje a la región natal, en Higuera, al oriente de la isla, el corazón de la provincia en donde el propio Castro Ruz nació hace 90 años. Dice haber estudiado música “porque me gusta, se me facilita… y siempre me dijeron que me ayudaría a conocer otros países, a salir de aquí”. No es mucho lo que ha conocido. Hace tiempo la invitaron a tocar en Marruecos, lo que fue posible luego de armar y desarmar varias veces a su grupo, enviar correos electrónicos a decenas de instancias, lo mismo que videos y audios con sus interpretaciones de salsa, boleros cubanos, pero también jazz e incluso bachata.
La demanda de grupos musicales en el mundo es amplia, pero el inventario de agrupaciones, estables o que se reúnen según las circunstancias, es casi ilimitado. Es también numeroso el universo de representantes artísticos, lo mismo el Estado cubano “que te paga en pesos que empresas privadas y una larga fauna de charlatanes que engañan a artistas y a empresarios extranjeros”.
En su viaje a Marruecos hizo una escala en un aeropuerto europeo. Poco antes de partir tomó una decisión que pensó le cambiaría la vida: ya no regresar a Cuba. Recibió consejos de amigos, un mapa básico del aeropuerto y señales más o menos precisas de cómo salir a la calle sin complicaciones de ser detenida por la policía. Pero en el momento de la verdad se acobardó, no abandonó la sala donde esperaba el vuelo de tránsito y dejó esperando a un amigo que había acordado estar fuera de la terminal aérea.
– ¿Desde cuándo piezas que quieres irte de Cuba?
– Desde hace al menos siete años -responde.
– Si pudieras disponer tres cambios inmediatos en Cuba ¿cuáles serían?
– Creo que si especialmente los jóvenes pudiéramos exigir públicamente lo que necesitamos, eso cambiaría las cosas. Mi primera petición sería libertad de expresión sin que amenazaran a ti o a tu familia con llevarte preso. La segunda sería que el gobierno demostrara en qué gasta el dinero que recibe por tantas vías, tanto dinero de exportaciones, turismo y otros ingresos. Ellos dicen que eso no alcanza para mejorar las cosas, pero yo no estoy segura. La tercera sería que la gente ganara salarios más altos. Nadie puede vivir o mantener a una familia con 12 dólares al mes que es el salario mínimo, o un máximo de 30 dólares al mes si eres un profesionista. Esos son los sueldos que paga el Estado, porque casi todas las empresas y negocios del país son del Estado.
Y Deyanira no exagera. En recorridos por supermercados de la capital y ciudades del interior, es posible constatar que los alimentos más simples como una lata de champiñones pueden costar lo equivalente a 65 pesos mexicanos (2.5 CUC), incontable con un salario del estado.
“Tenemos que conformarnos con el arroz, frijoles, mantequilla, y algún cárnico que nos asegura la libreta básica”, dice Azucena, de 29 años de edad, empleada de una librería del estado en Matanzas -ciudad a una hora de La Habana, y cabecera del punto turístico Varadero-, que gana 350 pesos cubanos al mes por siete horas de trabajo como dependienta.
En esta ciudad, donde también los contrastes entre el turismo y lo locales dejan estragos, vive Roy, un joven de 22 años que tiene los ojos más puestos en Estados Unidos “o cualquier otro país” que en Cuba.
Pertenece también a esa generación que sólo conoce el socialismo como forma de vida que cree que sólo se puede aspirar a mejorar. “Lo que yo quiero es juntar unos 3 mil dólares, creo que con eso puedo pagar a alguien del Estado, o de fuera, para que me saque de aquí”, cuenta el muchacho moreno, un poco grueso, y vestido de gafas de moda, short de mezclilla y camisa pulcra. Él trabaja en Varadero, a 30 kilómetros de Matanzas donde vive, en el sector del turismo. “Manejo dinero, en las cajas, administrativo, es los que yo sé hacer y me sale bien… si usted conoce a alguien que necesite un trabajador así en México, dígame y me piden, y me voy”, dice efusivo.
Para él los anuncios de una probable apertura económica y deshielo de las relaciones con Estados Unidos no representa nada. “Aquí todo está igual, mal. Aquí no ha cambiado nada”.
El 26 de octubre pasado, 191 países de los 193 que integran la ONU se pronunciaron en contra del bloqueo norteamericano contra Cuba, con la abstención de Estados Unidos que reconoció lo fallido de la política.
Apenas el 21 de septiembre pasado, el periódico oficial cubano Granma denunciaba que a pesar del anunciado restablecimiento de las relaciones diplomáticas, el 17 de diciembre de 2014, la guerra contra la isla continuaba. “El bloqueo, incluyendo las regulaciones de la Oficina para el Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro han continuado poniéndose en práctica”, y enlista una serie de sucesos a partir del 11 de febrero de ese año, hasta la actualidad en los que el país norteamericano ha seguido impidiendo relaciones comerciales de Cuba con otros países.
“No quiero ser otra generación miserable, sin ser como el mundo exterior, por resistir y esperar a que algo cambie, mejor me voy”, continúa tajante Roy, quien vive en una vecindad a la que apodan “La Fabela del 42”. Lo que él ha podido conocer por el contacto con el turismo le ha abierto la puerta a las ansias de tener acceso a las mismas oportunidades económicas.
A 959 kilómetros de vuelta, en Santiago, no coincide con esta visión Víctor, un médico de 28 años de edad que está haciendo guardia en una carpa de atención paramédica en el evento del sábado 3 de diciembre en honor a la muerte de Fidel. “Mire, este siglo no ha sido bueno, es mal siglo, hay muchos jóvenes que no quieren al régimen, que se van por lo hueco, por el dinero, la ropa, la tecnología… todos quieren tecnología. Eso no está bien. Yo, mire, tengo 48 horas sin dormir, porque recién salí de guardia, y aquí estoy en este evento, por Fidel me mantuviera toda mi vida despierto, él se lo merece”, afirma Víctor, ataviado en su bata blanca y sentado en el pasto de la Plaza de la Revolución, mientras las porras al líder revolucionario continúan por grupos de los asistentes.
Se dice orgulloso de ser médico aunque no gane lo que “otros consideran suficiente”. “Los que no vienen a estos actos son jóvenes que no están bien, no andan bien. No han aprendido bien o no les han enseñado bien todo lo que Fidel hizo por nosotros… sí, reconozco que son muchos, cada vez más a lo mejor. Pero míreme a mí, aquí sin dormir, míreme los ojos, habemos muchos jóvenes que permanecemos y queremos este socialismo que nos da oportunidades a todos”, cierra Víctor.
A unos metros de él, Miguel, el chico de 15 años del preuniversitario, se levanta del pasto, casi al final del acto junto con su amigo, y se van caminando, echando una mirada a su celular sin conexión a internet, pero con rumbo a Plaza Ferreiro donde decenas de jóvenes permanecieron casi todo el evento, ajenos a ese agradecimiento del pueblo.