POR: FEDERICO LING SANZ CERRADA
No soy el único mexicano que vive en Washington. Somos varios. Hay una extensa red de personas –algunos como yo, no somos ciudadanos de Estados Unidos– que se mezclan en un crisol de culturas, tradiciones, instituciones, gobiernos, burocracias. Todos confluyen aquí. Y en esta ocasión, los mexicanos volvimos a ser el centro de la atención. Volvimos a posicionarnos –para mal– como aquellos que seguimos dándole “cuerda” al odioso candidato republicano Donald Trump. No puedo explicar la cantidad de gente que después del encuentro entre el presidente de la República Enrique Peña Nieto y el señor Trump me preguntó asombrada a qué estamos jugando; que cuál era la intención de nuestro gobierno al reunirse con Trump y para que lo hacíamos, precisamente en un momento en que Donald Trump necesitaba desesperadamente aparecer como un personaje “presidencial” al lado del presidente de la República. Jamás algo tan insólito como que un Primer Mandatario se reúna con alguien que se ha cansado de insultarnos y de agraviarnos en todo momento.
Sin embargo, lo más grave viene después. Lo peor –quizá me equivoco– serán las repercusiones que esto tendrá en fechas posteriores. En primer lugar, la enorme comunidad de mexicanos en Estados Unidos tendrá un momento complejo, pues el presidente de la República habló a nombre de todos los mexicanos y dijo cosas que –la mayoría– no sentimos en absoluto: por ejemplo, los “malentendidos” sobre lo que dijo Trump, no son tales. El candidato fue clarísimo en sus dichos (y lo repitió ese día en la noche en Arizona). No hay malentendidos, sino confrontación, intolerancia y discriminación. Y concuerdo con Krauze: a los tiranos no se les apacigua, sino que se les enfrenta.
En segundo lugar, la legitimidad de un gobierno debe estar basada en la confianza. ¿Qué pueden esperar los consulados de México cuando tengan que ir a trabajar con las comunidades de mexicanos en Estados Unidos y defender lo que el gobierno está haciendo por ellos? Muy poco. O nada. La confianza está perdida en buena manera. El camino para recuperarla será arduo. Pero también la confianza de los demócratas, que han sido los únicos que han mostrado un poco de compasión ante las millones de familias que estarían en riesgo si Trump pone en marcha su plan migratorio. Yo escuché a varias comunidades de salvadoreños en Washington DC decir que esto era una “traición” a la causa hispana (latina). Y por supuesto que se siente así, porque desde México no se alcanza a ver la profundidad del pozo donde ahora estamos, después de ese encuentro. Las cosas en México seguirán su marcha normalmente, pero para todos aquellos mexicanos que vivimos en Estados Unidos, las cosas acaban de complicarse más.
Todos los días, los mexicanos –es mi testimonio– que trabajamos por poner el nombre de nuestro país en alto, enfrentamos duros cuestionamientos, críticas y discriminación por nuestra nacionalidad (sin importar si lo que hacemos es relevante o no, o si tenemos maestrías y doctorados, o no los tenemos, o sin importar si somos ingenieros, agricultores, arquitectos, etcétera). Nada de eso importa al momento de la verdad: confrontarnos con la realidad en la que ser mexicano nos coloca como ciudadanos de segunda en la mente de muchos ciudadanos de este país. Sin ir más allá, yo creo firmemente en la integración americana, y especialmente la de nuestra región: Norteamérica (lo escribí en mi artículo anterior). Pero ahora tenemos el camino un poco más complejo después de la reunión del miércoles 31 de agosto.
El presidente Peña, sin darse cuenta, legitimó la construcción de un muro y elevó a categoría de interlocutor válido al tirano de Donald Trump, que con actitud despótica fue a México para volver a decir lo mismo que siempre ha dicho (y de pasó se metió en una elección extranjera). Varios de mis amigos me dicen: pero es que Trump en México no fue estridente como en Arizona. Quizá. Pero la retórica intolerante ya está lo suficientemente arraigada entre una gran cantidad de población estadunidense que piensa de esa manera y que maltrata diario a los mexicanos. Sin importar si al ganar (de ser el caso) Trump se modera, o si lo hace Hillary, el daño está hecho. Quien crea que la reunión con Trump fue para prevenir la amenaza, se equivoca. La amenaza ya puso casa en la mente y el corazón de muchos estadunidenses que la aceptaron como propia.
La amenaza autoritaria ya hizo daño en los Estados Unidos. Es demasiado tarde. La narrativa está demasiado arraigada ya. El presidente Peña solamente legitimó un daño que ya estaba hecho, y abonó para hacerlo aún más grande. Como mexicano en Washington, y como miembro de una comunidad de mexicanos que vivimos de este lado de la frontera y que tenemos que trabajar a diario con nuestras contrapartes de los Estados Unidos, podemos dar testimonio de ello.
Nos toca ahora pensar cómo vamos a resolver este problema en el que estamos metidos. De eso escribiré la próxima semana.