POR: JOEL HERNÁNDEZ SANTIAGO
El sábado 10 de septiembre salieron en manifestación miles de personas –incluyendo muchos niños, que también son personas y pensantes– en 8 estados de la República Mexicana y de ahí en 16 de las cien ciudades medianas o grandes del país. Marcharon de blanco en señal de pureza y portando pancartas que hacían alusión a la preservación de la familia tradicional, como modelo de vida y trascendencia. Pero había algo más…
Todo aparentemente bien si tan sólo se tratara de esa defensa de la familia a la que convocaron los sacerdotes católicos durante semanas previas, aunque éstos, de forma malévola, no les precisaron a los feligreses hasta qué punto sería esa defensa familiar y hasta qué punto una confrontación para llevarlos a exigir la no reforma relativa al matrimonio entre personas del mismo género.
Así que las consignas de los organizadores no eran sólo por amor a la familia, sí había repudio, rechazo, descalificación y odio de género. Sí había homofobia. Había hostilidad en contra de la gente gay y repulsa fanática por la decisión de éstos de vivir una vida distinta al block cuadriculado sin dañar a nadie y sin perturbar el mundo angelical de nadie.
En todo caso, esto demostró, también, las preocupaciones particulares de la jerarquía católica que decidió salir a las calles y conseguir adeptos, sobre todo porque ya sabemos que lo está pasando muy mal por una crisis de pérdida de fieles –sobre todo jóvenes- y con una vocación sacerdotal muy a la baja. El incremento del protestantismo y el ateísmo de millones les tiene con las uñas en los dientes.
Pero más allá de esto. La jerarquía de la Iglesia Católica Mexicana decidió retar a la sociedad y, muy particularmente, al presidente Enrique Peña Nieto, en momentos de gran debilidad de su gobierno y de ausencia de una política social.
El tema central es que el cardenal Norberto Rivera Carrera no las tiene todas consigo. Esto quedó demostrado durante la visita del Papa Francisco a México del 12 al 17 de febrero pasado cuando mostró que no le era muy agradable el cardenal mexicano por muchas razones; entre otras porque Rivera Carrera no es confiable, porque había conocido los hechos pecaminosos del cura Marcial Maciel, guardando silencio cómplice, y porque ha sido factor importante de la descomposición y el desorden del clero y el catolicismo mexicanos.
Así que el Cardenal decidió mostrar músculo, sobre todo frente al desdoro del Vaticano, y qué mejor pretexto que una aparente defensa de la familia mexicana a partir de la iniciativa presidencial del 17 de mayo pasado en la que el presidente Peña Nieto propone reformar el artículo 4° de la Constitución que ahora dice: “El varón y la mujer son iguales ante la ley. Esta protegerá la organización y el desarrollo de la familia”…
… Para quedar así: “El varón y la mujer son iguales ante la ley. Toda persona mayor de dieciocho años tiene derecho a contraer matrimonio y no podrá ser discriminada por origen étnico o nacional, género, discapacidades, condición social, condiciones de salud, religión, preferencias sexuales, o cualquier cosa que atente contra la dignidad humana”.
Esto fue motivo para que don Norberto y su gente pusieran el grito en el cielo. Y una semana después de esta fecha, el 25 de mayo, de pronto, como por arte de magia, se integró el Frente Nacional por la Familia, que se dice conformado por instituciones varias de la sociedad civil y cuya tarea es la de –dicen- frenar las modificaciones a la Constitución y al Código Civil para evitar el matrimonio entre personas del mismo sexo y su derecho a la adopción.
Así que se pusieron manos a la obra, bajo el manto sacro de los jerarcas católicos mexicanos, lanzaron una convocatoria para manifestarse ‘en favor de la familia’ el 10 de septiembre y el 24 de este mismo mes en Ciudad de México. Los curas impulsaron desde sus tribunas y organizaciones y cofradías para que la feligresía asistiera, aunque dijeran las razones de fondo.
Naturalmente, todos están en su derecho a expresar sus ideas y manifestarse en su defensa. Como también lo tienen quienes no están de acuerdo con ellos. Pero precisamente ahí radica el pecado cometido por esta iglesia católica apostólica romana encabezada por el malquerido don Norberto Carrera Rivera: procura una confrontación social.
Así como hay cantidades importantes de padres de familia que repudian otra forma de organización familiar que no sea la tradicional, aunque ese ‘tradicional’ en México pudiera ser la de la familia desintegrada, sin padre o madre presente, con hijos fuera de cuidado y con closets cerrados con cerrojos y candados…
… La jerarquía católica de México mira la paja en el ojo ajeno, decide señalar con su dedo flamígero a los homosexuales en pleno siglo XXI, igual que hicieron para negar que la tierra es redonda o cuando dieron rienda suelta a sus internas vocaciones a través de la Santa Inquisición…
… Ellos que encierran la pederastia y la homosexualidad de muchos de sus integrantes. Ellos que no reconocen que hay millones de homosexuales en este país de machos mexicanos, muchos de éstos casados y con hijos, encerrados en sí mismos y ardiendo sus ardores por la presión social y católica; muchos de éstos asistieron a la manifestación del sábado 10 de septiembre.
Eso es: la iglesia católica mexicana está fomentando el odio entre seres humanos: iguales en esencia pero también distintos. Ya se decía: ni los dedos de la mano son iguales…
Y en esos ardides tanto Norberto Rivera Carrera como sus sacerdotes –muchos con cornamenta y cola serán los responsables de una confrontación violenta. Y serán ellos los que habrán de responder en ley y en religión por lo que aquí pase, y por lo que aquí ocurra.
@joelhsantiago