POR: MARCO ANTONIO ADAME CASTILLO
CIUDAD DE MÉXICO 29 DE NOVIEMBRE DE 2016 (La Silla Rota).- La muerte de Fidel Castro es uno más de los signos del cambio de época que estamos viviendo en la región y en el mundo entero. Personaje inevitable y vigente durante los últimos 60 años, a pesar de que desde hace ocho años se había retirado formalmente del gobierno para ceder la presidencia a su hermano, Raúl Castro.
Sin ánimo alguno de hacer una apología, pues tengo convicción formada sobre Fidel Castro como dictador, es innegable que marcó la vida de un país y de la segunda mitad del siglo veinte por las decisiones y banderas que asumió. La leyenda incluye episodios anteriores al triunfo de la revolución cubana en enero de 1959 como el asalto al Cuartel Moncada aquel 26 de julio de 1953 así como la travesía en el Granma en la madrugada del 25 de noviembre de 1956, navegando por el río Tuxpan hacia la isla, sesenta años antes del día de su muerte. Pero sobre todo la capacidad para hacer de la lucha guerrillera el símbolo de “una revolución a contra golpe”, como la llamó el Che Guevara, capaz de gestar un régimen totalitario de corte socialista – envuelto en algunos logros sociales – que negaba libertades y purgaba a sus adversarios internos al tiempo que combatía al “imperialismo” norteamericano.
Las manifestaciones de duelo y de repudio tanto de dentro como de fuera de la isla tampoco se han hecho esperar así como el deseo de que llegue un tiempo de libertad, apertura y respeto a los derechos humanos, hasta ahora negados al pueblo cubano.
Es previsible que la transformación del régimen cubano sea uno de los procesos que marquen el advenimiento de una quinta ola de cambios profundos en América Latina, tal como sucedió en 1978 con la tercera ola que se caracterizó por los movimientos que buscaban la normalización del sistema democrático y que logró que 16 países cambiaran sus constituciones; o como ocurriera en 1998, con la llamada “ola rosa”, a partir del triunfo de Chávez y su propuesta del socialismo de siglo XXI que incluyó la definición de17 gobiernos como socialistas que hoy, veinte años después, parece llegar a su fin y abrir paso – con una decena de gobiernos – al repudio hacia gobiernos ineficientes y corruptos que hicieron del culto a la personalidad de sus líderes y prácticas clientelares, la medida de los gobiernos en nuestra región.
Las señales que recibimos de Argentina, Venezuela, Colombia, Bolivia y Brasil, entre otros países, apuntan en esa dirección. Hace falta saber si México será parte de esas transformaciones democráticas, toda vez que los hechos confirman la inminencia de un cambio ante la disfunción del gobierno, la crisis económica, la inseguridad y la corrupción rampante que domina la agenda nacional y genera el mal humor social; o si, como resultado del choque anti sistémico, en mala hora se define por la vía populista y anti democrática que representa López Obrador.
No cabe duda que nuestro país puede ser uno de los países líderes a nivel regional y global si, con identidad y unidad en lo fundamental, logra concretar el cambio de sistema político que se necesita en clave democrática. Lo será si recupera la credibilidad en sus instituciones y si consolida el estado de derecho; si desarrolla la capacidad para implementar las reformas y consigue incrementar su competitividad; si hace valer su identidad así como la fortaleza ante las amenazas y la cerrazón del nuevo gobierno de los Estados Unidos; y si se consolida como una nación indispensable y reconocida en América del Norte – hoy la región más competitiva del mundo.
México merece un futuro mejor, un porvenir seguro y próspero a partir de las decisiones de política pública que consoliden un sistema democrático que amplíe las libertades, garantice el respeto a los derechos humanos y genere nuevas oportunidades de desarrollo económico, político y social para los ciudadanos.
Esto sólo será posible si los ciudadanos participan como la fuerza determinante de esta quinta ola y hacen posible con su elección la vigencia de un gobierno humanista y verdaderamente democrático. Será una realidad si nos mantenemos lejos del populismo nacionalista y anti democrático que acecha al país y también lejos si tomamos distancia del autoritarismo y la corrupción que hoy lo gobierna.
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