Por: AGUSTÍN CASTILLA
La entrega de la medalla Belisario Domínguez, que es la máxima condecoración que otorga el Senado a los mexicanos eminentes que se hayan distinguido por su servicio a la patria o a la humanidad, en honor del médico y político chiapaneco que fue asesinado por sus posturas críticas en contra de Victoriano Huerta, ha perdido un poco de lustre por la partidización de que ha sido objeto.
Esto no quiere decir que se cuestione la calidad de los galardonados quienes, salvo excepciones como la de Fidel Velázquez, en su gran mayoría han contado con los méritos suficientes para hacerse acreedores a esta alta distinción. Lo que ha sido motivo de crítica, es el proceso de selección de los candidatos.
En tiempos del partido hegemónico, era el presidente quien tomaba la decisión muchas veces a partir de consideraciones políticas. Sin embargo, conforme el sistema se fue abriendo a la democracia y por tanto a la pluralidad, se optó por una suerte de reparto de cuotas a través del cual, los principales partidos se turnan cada año para formular sus propuestas -que generalmente han favorecido a personajes cercanos-, excluyendo a ciudadanas y ciudadanos destacados quienes, a pesar de sus valiosas contribuciones en diversos ámbitos de la vida nacional, ni siquiera son tomados en cuenta.
Por ello, me parece interesante que en los últimos días haya ido cobrando fuerza una petición surgida de la sociedad para que el Senado considere la candidatura de Gonzalo Rivas quien, a costa de su propia vida, salvó la de decenas de personas que se encontraban en una gasolinera sobre la Autopista del Sol el 12 de diciembre de 2011 la cual, durante un enfrentamiento con policías federales y estatales en que murieron dos de sus compañeros, fue incendiada presuntamente por estudiantes de la Normal de Ayotzinapa.
Es importante mencionar que Gonzalo Rivas no era una figura pública, tampoco un líder social ni formaba parte del enfrentamiento. Era un ciudadano común, de 49 años, con cuatro hijos, ex integrante de la Marina e ingeniero en sistemas que precisamente se hacía cargo de las computadoras de un grupo gasolinero y por eso estaba ahí ese día.
De acuerdo a diversos testimonios, cuando los normalistas rociaron una de las bombas y pusieron la garrafa con gasolina encima de una de ellas para luego arrojarle un cerillo, Rivas no dudó en ir por un extintor para tratar de apagar el fuego aún y cuando la explosión era inminente. Falleció algunos días después por las quemaduras y seguimos sin saber quiénes fueron los responsables, pero lo que es un hecho es que Gonzalo Rivas murió heroicamente por salvar a los demás, lo que debe ser debidamente reconocido y esta puede ser una buena ocasión.
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