POR: CONSULTORÍA POLÍTICA
«La tecnología digital amplía la libertad, pero requiere prácticas éticas». Esta es una de las conclusiones más relevantes a las que llegaron un grupo de expertos en el #HayFestival #Segovia 2016 en España, organizado por el diario EL PAIS.
El argumento obliga a la reflexión.
Por un lado, porque «la tecnología digital está propiciando extraordinarios cambios en la sociedad». Por el otro, porque «las #RedesSociales pueden entenderse como una expresión del igualitarismo que rompe el autoritarismo».
La #LibertadDeExpresión tiene un nuevo rostro.
Es el de la expansión de nuestras posibilidades de interacción entre los grupos sociales y de éstos con la sociedad. Hoy, los sistemas de comunicación están descentralizados, son dinámicos y más atractivos. Además, la mayoría de las y los usuarios se han convertido en creadores y distribuidores de contenido.
Por eso los liderazgos también son diferentes.
Ante tantas transformaciones, en esta revolución digital «los organismos reguladores van por detrás», tal y como lo afirmó la economista del BBVA Clara Barrabés, quien aseguró que «muchas veces hay cierto desconocimiento en cuanto a la forma de manejarse en este nuevo paradigma de los datos», donde la regulación sigue siendo una labor muy compleja».
Hasta ahora, se ha optado por la mayor libertad posible.
Sin embargo, poco se ha dicho, analizado y hecho para evitar que el ejercicio irrestricto de la libertad de expresión y el derecho a la información no desemboquen en acciones irresponsables, impunes o criminales.
Los intentos de control y censura siguen sin funcionar.
Si bien estoy absolutamente convencido que los límites en las redes los ponen los mismos usuarios, también tengo la seguridad que no todos los que interactúan en ellas tienen los mismos márgenes de libertad.
Pero las normas jurídicas no han sido la mejor opción.
En los países en los que se ha intentado la regulación han generado molestia, rechazo y resistencia. Ante los embates, debemos seguir trabajando en Códigos de Ética para las instituciones y, por qué no, cada usuario podríamos hacer el intento de tener un Código de Conducta con lineamientos sencillos pero fundamentales para la interacción cotidiana.
Algunos expertos han hecho propuestas viables.
Sugieren actuar siempre con responsabilidad y apegarse a principios de veracidad. De las leyes rescatan, entre otros, el respeto a la vida privada y a los derechos de terceros, tanto de los datos personales como de la propiedad intelectual.
También hay que decir no a las actitudes discriminatorias.
Y evitar el ciberbullying. En todas las situaciones, es imperativo considerar la vulnerabilidad de los menores, ya que son quienes corren los mayores riesgos, sobre todo cuando no cuentan con el cuidado o supervisión de personas adultas que conozcan los riesgos y tengan la capacidad de orientarlos para potenciar su uso.
Hay más sugerencias, pero por algo debemos empezar.
En cuanto a las instituciones y empresas, los criterios y acciones deben ser más detallados y precisos. Los avances más notorios se han logrado en los lineamientos legales y de autorregulación para respetar la identidad de terceros y los datos personales.
No obstante, falta mucho por hacer.
Los intereses comerciales y políticos aún dificultan que la seguridad de los sistemas y redes de información sea compatible con los valores de un sistema democrático moderno. Ejemplos sobran. Uno de éstos es que los personajes públicos parecen no tener derecho a la vida privada.
También que en los medios digitales se vale casi todo.
Aunque en teoría todos tenemos los límites y restricciones que establecen los artículos 6º y 41 de nuestra Constitución, muchas veces parece que no existieran. Las campañas negras o sucias son otro ejemplo. Por si fuera poco, los problemas se incrementan porque son muy pocas las organizaciones que cuentan con protocolos de actuación para las situaciones de conflicto y crisis que llegan a poner en riesgo su reputación, confianza o credibilidad.
Y qué decir de los criminales y terroristas.
Lo más complicado sigue siendo el ponerles verdaderos obstáculos a sus modernas actividades. Desde los delitos ciberfinancieros hasta la pornografía infantil. Desde la calumnia hasta la organización de ataques a la sociedad con el fin de desestabilizar a los gobiernos. Desde la comisión de delitos del orden común (por el acceso de los ladrones a datos privados o de geolocalización) hasta el robo de identidad con sus consecuencias más perversas.
A pesar de todo esto, hay optimismo y esperanza.
El filósofo Javier Gomá, director de la Fundación Juan March, opina que el mundo es y será «más cosmopolita, más preparado y más global que hace cincuenta o cien años», porque tiene «la convicción absoluta de que hoy solo existe un pueblo que es la humanidad» y se mantiene «un principio, que es la dignidad».
¿Usted qué opina?
Preguntas y comentarios a sosaplata@live.com