POR: EDGAR GUERRA BLANCO
La madrugada del sábado 20 de agosto, en un local de comidas en la localidad de Tepalcatepec, Michoacán, fue baleado Juan José Farías Álvarez, alias El Abuelo, uno de los fundadores y líderes del movimiento de las autodefensas michoacanas. El Abuelo es hermano de Uriel Farías Álvarez, expresidente municipal de Tepalcatepec quien, por cierto, fue detenido en 2009, acusado de vínculos con la delincuencia organizada, en el contexto de aquél cuestionado y fallido operativo federal conocido como El Michoacanazo.
Ambos hermanos han sido constantemente relacionados con el Cártel de Los Valencia, cuando este grupo criminal tenía el control de la región, y en los últimos años se les ha vinculado con el Cártel Jalisco Nueva Generación cuyo líder, Nemesio Oseguera Cervantes, alias El Mencho, comenzó a pelear por un pedazo de la Tierra Caliente michoacana.
Este atentado parecería ser uno más de entre los homicidios intencionales vinculados al crimen organizado de drogas, es decir, otra narcoejecución más. Pero la región ha seguido dando de qué hablar.
El 7 de septiembre, el líder criminal conocido como El Cenizo se enfrentó a tiros con fuerzas estatales. Durante la refriega, el grupo armado derribó un helicóptero del gobierno del estado de Michoacán, tras atacarlo con un fusil Barrett calibre 50. En otras palabras, la región aún está incendiada.
Es en este contexto de violencia criminal, que sorprenden las declaraciones de Guillermo Valencia, el presidente municipal de Tepalcatepec y político bajo cuya administración Los Caballeros Templarios lograron consolidar su dominio delincuencial en la región. Para Guillermo Valencia, el actual clima de violencia y caos se debe al deficiente desempeño de Alfredo Castillo quien, como se recordará, fue el encargado de pacificar la región ante el alzamiento armado de las autodefensas para lo cual fungió como virtual gobernador sustituto, ejerciendo un enorme poder político y un generoso paquete de programas para impulsar el desarrollo regional. En efecto, Alfredo Castillo negoció con muchos de los grupos criminales de la región y con no pocas de las fuerzas de autodefensa que hoy, ya como policías estatales, mantienen vínculos con los grupos del crimen organizado de drogas.
Sin embargo, el problema es mucho más complejo que esto. El narcotráfico no es un tema exclusivo de individuos y acciones criminales. No trata sólo de grupos y delitos. El tráfico de drogas debe observarse desde una perspectiva sistémica.
Si el narco tiene una enorme influencia social en la región, es precisamente porque ha dado respuesta a una serie de problemas sociales y comunitarios que ni el Estado, ni estamentos intermedios como organizaciones de la sociedad civil, partidos políticos o iglesias han podido subsanar.
Gracias a un estudio que emprendí sobre el tráfico de sustancias psicoactivas ilegales (lo que llamamos drogas) en la región de Tierra Caliente, resultó evidente que el problema del “narco” se ha incubado a lo largo de décadas y su conexión con las comunidades va más allá del simple tráfico de drogas. El tráfico de drogas florece por tres causas principales: 1) las fallas estructurales del Estado mexicano; 2) las fuerzas del mercado, en concreto, la demanda de sustancias, que van más allá del control que puedan ejercer las autoridades de gobierno de una nación; y 3) porque el “narco” resuelve muchos problemas comunitarios.
El primer problema que, al menos en Tepalcatepec, el tráfico de drogas ha tratado de resolver es el de la escasez de recursos y la desigualdad en los ingresos. En regiones de altos niveles de marginación y exclusión social y en donde las oportunidades de desarrollo son limitadas, el tráfico de drogas ha traído consigo una derrama nada despreciable de riqueza. Lo suficiente, al menos, para consolidar familias e incluso generaciones enteras con riquezas que casi siempre tienen un impacto social, pues estos dineros lo mismo sirven para ayudar a sectores desprotegidos, que para obras de interés público como la construcción de quioscos, puentes o la organización de festividades religiosas.
El segundo problema al cual el “narco” ha dado cierta respuesta es el problema de la identidad y el sentido existencial. En efecto, en Tepalcatepec la imaginería construida alrededor del traficante, los mitos, símbolos de poder y prestigio del “narco”, pronto configuraron toda una fuente de expectativas acerca de lo deseable para el futuro, de los roles a seguir y de las metas a alcanzar. La “narcocultura” y toda la parafernalia de prendas, música, maneras de caminar y formas de ser, dieron a las juventudes tepalcatepenses una identidad y sentido a sus vidas. No por casualidad, la fuente de recursos más importante de las organizaciones criminales en la región ha sido y lo son, los jóvenes.
La capacidad financiera que paulatinamente adquiría el traficante, así como su autoridad y presencia en la región pronto le dieron capacidad y legitimidad para resolver problemas de la vida cotidiana. Por ejemplo, en Tepalcatepec durante la primera década de este siglo no era ningún disparate acudir con el líder “narco” local para exponerle un conflicto entre particulares acerca de deudas sobre terrenos, ganado, dinero o juego. Él resolvía las diferencias y dirimía conflictos, por lo que pronto adquirió mucha más influencia política de la que ya gozaba.
De esta manera, como fue muy claro desde principios de siglo, el crimen organizado de drogas rápidamente controló los gobiernos municipales, es decir, tuvo injerencia en la toma de decisiones colectivas y en la lucha por el poder político. De hecho, el narcotráfico no se explica en modo alguno si no es por la connivencia y complicidad de las autoridades de los tres niveles de gobierno. Desde los presidentes municipales cooptados o secuestrados por el narco (como el mismo Guillermo Valencia se dijo secuestrado por Los Caballeros Templarios) hasta su plena complicidad, como en el caso del ex gobernador de la entidad Jesús Reyna, hoy preso en Morelia por delincuencia organizada.
De ahí que, una vez con el control del poder político, los criminales pronto resolviesen el problema de la inseguridad pública. Al tener a su cargo prácticamente todas las policías municipales, tanto La Familia Michoacana, en un primer momento, como Los Caballeros Templarios después, pudieron detentar el monopolio (casi legítimo) de la violencia en la entidad. Con el control policial cerraban el círculo que les permitió fortalecerse y enraizarse en la sociedad.
Si bien los abusos del poder absoluto detonaron la caída de Los Caballeros Templarios al dar paso al alzamiento de las autodefensas, lo cierto es que el crimen organizado de drogas se había enraizado profundamente en las estructuras comunitarias de Tepalcatepec, y en general de las localidades de Tierra Caliente. De ahí, en efecto, la actual crisis de violencia criminal.
Sin embargo, mientras no se resuelvan aquellos problemas estructurales que debilitan las instituciones del Estado y que convierten a regiones enteras del país en fuentes inagotables de recursos humanos que alimentan las organizaciones de criminales, el problema será difícil de eliminar. Se trata, insisto, de un problema sistémico, que rebasa a los individuos y sus acciones, si bien estos tendrán que responder a sus acciones u omisiones.
@EdgarGuerraB