POR: LUIS FARÍAS MACKEY
Mi artículo de la semana pasada no corrió con buena suerte. La gran mayoría de sus lectores leyeron en él una defensa a Peña Nieto. Hasta Peñabot fui llamado. Otros, con razón, combatieron mi metáfora de la ola, habida cuenta que el mal fario de Peña Nieto no es ajeno a su desempeño y actitud. En todo caso las olas que lo revuelcan fueron generada por él y su equipo.
No obstante, la mala acogida de mis razonamientos confirma mi aserto.
Para evitar malos entendidos, expresamente dejo asentado que Peña Nieto y su gobierno y equipo son los causantes principales del tsunami de rechazo e insidia que los arrasa, y ni los exculpo ni defiendo.
Pero ése no es mi tema. Lo es desentrañar el cariz personal y la tirantez pasional que marca la ojeriza ciudadana en su contra. Mi hipótesis es la orfandad precoz ante la presencia de una figura paternal, proyectada en el Presidente, acabada dos años antes del fin de su ciclo sexenal y, por tanto, en ausencia de la promesa del nuevo padre que venga a llenar nuestras siempre desbordadas expectativas.
El fenómeno psicológico del nuevo padre ha sido abordado extensamente en los estudios sobre la mexicanidad, lo novedoso es lo precoz del sentimiento de orfandad de cara al tiempo que media para que el padre acabado pueda ser substituido en el imaginario social.
Pues bien, una de nuestras travesuras inconscientes es ver las crisis paternales-presidenciales como una enfermedad personal de los presidentes y no como producto de la sociedad misma. Reitero, hay en el haber de los hombres encargados de la presidencia a lo largo de la historia culpas que les son imputables a ellos en exclusiva, a su carácter, actitud y aptitud; otras las comparten con su equipo y algunas más con el diseño estructural de nuestra organización política. Pero todas esas culpas, así como los personajes involucrados, se dan en un contexto social y es allí donde juega nuestra parte de responsabilidad cívica y política.
En otras palabras, hay en culpar de todo al Presidente, sea éste quien sea, un consuelo moral y un engaño inconsciente de autoexculpación. Mientras más culpable él, más inocentes nosotros.
El problema es que al atribuir culpas obviamos causas, no hay ya necesidad de cuestionar nuestro sistema político, ni nuestra organización social; menos conductas colectivas, comportamientos partidistas, comunicación social y mercado mediático.
En otras palabras, en México todo está bien excepto el Presidente. Basta con cambiarlo para solucionar la realidad, no obstante una y otra vez se repita el mismo descalabro.
Personalizar en uno las culpas de todos, en palabras de Bauman, es quitarle el aguijón al problema. Hacernos tontos solos.
Contra toda lógica, razón y sensatez elegimos a Fox en un arrebato democrático que terminó en decepción. Fox jamás ocultó, más aún, hizo ostentación de sus deficiencias políticas, intelectuales y humanas. Peña Nieto fue un diseño publicitario que las ocultó con mayor pudor, aunque hubo múltiples señales que delataban más empaque que producto. Nuevo León, con uno de los electorados de mayor nivel educativo en el país, se volcó en febril ceguera a favor de un personaje de opereta ranchera y ahora ya no saben qué hacer con él, su megalomanía ramplona y desgobierno. Todos ellos, por supuesto, son responsables de sus actos y decisiones, pero ¿y nosotros?
¿Es ésta realmente la democracia que necesitamos? ¿Es nuestra ciudadanía verdaderamente democrática? ¿Nuestro sistema de partidos es viable, responsable y consistente? ¿Nuestra ciudadanía es activa y comprometida, o es de mentiritas, de a ratitos y de humores?
Es muy cómodo ser ciudadano ficción, votar cada tres años con jugos gástricos, ojos consumistas o beneficios clientelares; desentendernos del quehacer público y luego llorar porque, una vez más, no salió malo el Presidente o el Gobernador, y hay que apostar a otra carta bajo el mismo esquema de ciudadanía que circula de la ciega y entregada euforia al triste y antropófago desencanto.
Todo Presidente llega triunfante, dueño de todas las expectativas e idealizado hasta la abyección, pero todo Presidente sale en ignominia. ¿Nada tenemos que ver en ello? ¿No es la nuestra una democracia sádicamente demencial y estúpidamente inmadura?
Concluyo: Peña Nieto es responsable de su gobierno, pero nosotros, en nuestra pasividad ciudadana y política, somos sus cómplices. Las culpas presidenciales no exculpan las ciudadanas. Todo Presidente se da en un contexto ciudadano que lo encumbra, se desentiende del quehacer público, si puede medra de él y luego destruye al Presidente para encumbrar otro y así hasta el fin de los tiempos o de México. Lo que sea primero.
@LUISFARIASM
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