La muerte está tan de moda durante estos días (escribo este texto a inicios de noviembre), recuerdo un chiste que solíamos decir entre compañeros de trabajo al revisar los titulares de los periódicos mientras laborábamos en una redacción televisiva: ¿ya te fijaste que se están muriendo personas que antes no se morían? Es cierto que los mexicanos hasta de la muerte nos reímos y buscamos la manera de crear chistes a partir de ella.
Y obviamente que esta reflexión era producto de un intento por aminorar el estrés producto de la jornada laboral a la que nos sometíamos religiosamente de lunes a viernes.
Pero una muerte a la cual podríamos habernos sometido hubiese sido a una muerte “por videojuego”, sí, también durante nuestras horas de trabajo hablábamos sobre la posibilidad de contar con una consola y una mega pantalla para jugar nuestros videojuegos favoritos, una diversión que le ha ido ganado terreno a otras distracciones como la lectura, el cine, los juegos al aire libro o el teatro.
Pero ¿por qué digo todo esto?, bien, porque hace unas semanas cayó en mis manos un ensayo lúcido, y merecedor de una buena lectura titulado Muerte por videojuego (Turner) de Simon Parkin, en el que su autor desentraña los amoríos más tóxicos de esta afición, que de cierta manera nos provoca una muerte, que como me imagino es la muerte, nos alcanza sin siquiera sentirla.
Muerte por videojuego es una advocación de una obra producto de nuestra imaginación, y nuestros delirios más utópicos, que al pretender matar el tiempo con estos pasatiempos, terminamos en la morgue de nuestros deseos más divertidos. Una lectura para chicos y grandes.
Pero dentro de los pasatiempos que el ser humano se ha inventado para sobrevivir a tantos pesares, uno está destinado para sólo el 1% de la población mundial, ese 1% de la población que aglutina la mayor riqueza generada por el hombre en el planeta, un pasatiempo al que muy pocos tienen acceso, pero que igual puede producir la muerte, o la vida, según sea el caso.
Me refiero a las subastas, una actividad que ha sido elevada a la categoría de arte por tiendas especializadas como Kornfeld and Klipstein y Sotheby’s, quienes son casa legendarias en el negocio, y en el libro El subastador(Turner), su autor Simon de Pury, también conocido como “el Mick Jagger de las subastas”, desenreda la madeja del mundillo de las subastas y las peripecias que ha vivido en más de cuatro décadas entre Estados Unidos y Europa.
El subastador, un enriquecedor ensayo sobre un negocio tan perturbador y asfixiante, como lo son sus participantes.