POR: FEDERICO LING SANZ CERRADA La elección del nuevo Presidente (o Presidenta) de los Estados Unidos de América – sin duda – es uno de los eventos y acontecimientos más importantes que habrán de suceder en el periodo que va del día de hoy al fin de año. No puedo pensar en otro tema que redefina la política internacional, la correlación de fuerzas en el mundo y la interacción entre las naciones y los pueblos del mundo tanto como la elección de un Presidente de Estados Unidos, cuyas políticas – en este caso – varían tanto entre un candidato y otro. No es lo mismo querer deportar a once millones de personas, que concederles la legalización de su situación migratoria; tampoco es lo mismo la visión sobre la relación de “América” con los rusos, dependiendo del líder en turno, o bien, de las ofensivas militares en Medio Oriente. No es igual impulsar el libre comercio en la región, que amenazar con sacar a Estados Unidos del “NAFTA” (TLCAN). Así de graves son las implicaciones que esto tiene.
Sin embargo, mucho ya se ha discutido hasta el momento y dependiendo la encuesta que se quiera leer, Hillary Clinton aventaja sobre Donald Trump por un margen escaso (2 puntos según algunos y hasta 7 puntos dicen otros). Lo que me parece es: si la tendencia sigue como hasta ahora, Clinton tiene mayores probabilidades de ganar la elección. Donald Trump se presenta más lejano como el posible triunfador; y su propio partido político comienza a pensar en la reorganización del mismo. Inclusive en algunos estados como Virgina, la campaña de Trump ya cerró sus oficinas y mejor quieren concentrarse en aquellos estados que tienen que ganar para llevarse el triunfo (Florida, Ohio, Pennsylvania, por decir algunos). A pesar de ello, no parece que Trump pueda ganar y aunque sea por un margen muy pequeño. Clinton va en ruta a la Casa Blanca. Luego entonces, ¿qué significa todo esto?
En primer lugar tenemos que observar detenidamente el tema de la legitimidad electoral. Todos sabemos en México muy bien qué es lo que sucede cuando un candidato no acepta el resultado de la elección. En 2006 López Obrador puso en jaque a México porque se negó a aceptar que Felipe Calderón había ganado la elección. Y ello le costó mucho al país. La crisis de legitimidad fue muy profunda. Ahora bien en Estados Unidos – los “campeones de la democracia” – ¿qué pasaría si Trump no acepta el resultado? Pues que Clinton tendría muchos problemas para ganarse esa legitimidad porque no es una candidata muy carismática. En ese sentido la violencia verbal en la narrativa de la elección y la esfera pública solamente se incrementaría terriblemente.
En segundo lugar, tenemos que voltear a ver al Congreso. No podríamos entender nada si no vemos con claridad que, ante el panorama político y electoral de Estados Unidos, el Congreso tendrá un enorme poder de decisión, especialmente si las cosas se complican en la elección presidencial. Y el panorama legislativo podría estarse configurando para un posible triunfo del Partido Demócrata. Esto haría que Clinton fuese una Presidenta fuerte (como lo fue Barack Obama al inicio de su mandato en 2009). Si ello sucede, entonces tendría buenas posibilidades de pasar reformas importantes para el país. La otra solución es que, Obama, una vez se defina quién ganó el martes 8 de noviembre, se dedique a negociar con el Congreso todo aquello que no pudo hacer, y que entre ese día y la toma de posesión del nuevo Presidente, pueda pasar en el legislativo como reformas. A este periodo al Presidente se le conoce como “lame duck” (esto se traduciría como alguien que ocupa el cargo, pero que ya no tiene la fuerza política para nada, porque ya todos están volteando a ver al sucesor). En ese orden de ideas, como “lame duck”, quizá el Presidente ya no tenga nada que perder para dejar la “casa lista” para quien llegue en su lugar.
Y por último, en caso que Hillary Clinton gane la Presidencia, todos tenemos que preguntarnos a dónde se va a ir la retórica divisiva, violenta y racista de todos los seguidores de Donald Trump. Y hay que hacernos esta pregunta porque es claro que después del 8 de noviembre esas personas seguirán viviendo y votando en Estados Unidos, y habrá candidatos que posteriormente quieran volver a canalizar ese enojo en beneficio propio, de su partido o de su grupo político.
Todas estas preguntas ameritan una respuesta. Y desde ahora tenemos que empezar a pensar. Y más aún ante cualquier escenario: ¿México que va a hacer?