«Sueño con tener una casa. Que Dios se manifestara y de veras algún día me tocara, y ya dejara yo todo esto, porque a veces uno tiene la posibilidad de cambiar, pero la necedad, la ingobernabilidad está de más», dice María Pozos Aguilar, quien está en situación de calle desde hace 24 años.
Se estima que en la Ciudad de México hay entre 4 mil y 6 mil personas en esta condición, quienes están expuestas a la violencia, a la discriminación, a las adicciones y que no siempre tienen el apoyo para poder cambiar su vida. A veces se mimetizan en las calles o simplemente son víctimas de la indiferencia de quienes prefieren mirar hacia otra parte.
Como cada mañana, un grupo de personas sin hogar llega al atrio de la Parroquia de la Santa Cruz y Nuestra Señora de la Soledad, ubicada en la zona de la Merced. La fila se extiende conforme pasan los minutos, todos esperan con ansias a que se abran las puertas para recibir el desayuno que les dan sin ningún costo desde hace cuatro años.
María dice que ella no asiste diario porque a veces se va a otras partes de la ciudad y porque en otras ocasiones ha ingresado a centros de rehabilitación para dejar las drogas, pero siempre vuelve. Llegó al Parque de La Soledad cuando tenía 14 años, a esa edad decidió salirse de su casa, su mamá la abandonó cuando tenía seis años y desde entonces sufrió los golpes que le daba su padre cuando bebía.
Actualmente tiene 39 años, aunque su apariencia es de alguien mayor, la vida ha sido dura con ella. «Hemos aprendido a sobrevivir con todas las circunstancias, pero no ha sido nada fácil. El hambre y el frío son lo más difícil para el indigente», afirma mientras se lleva una cucharada de arroz a la boca.
Le preocupan muchas cosas, pero principalmente su adicción a las drogas, principalmente a la marihuana, la cual consume desde que las calles se convirtieron en su espacio.
«Hay mucha gente que se muere, uno conforme va pasando el tiempo pues desafía a la ciencia médica, porque te dicen que ya no puedes consumir, pero vuelves. Tu organismo ya está dañado y dentro de lo que anda uno en la convivencia en la situación de calle, pues es el consumo es común», comenta.
El estigma también persigue a las comunidades callejeras, los señalamientos vienen de afuera, pero también son internos, explica María: «Aquí hasta el mismo indigente te discrimina, ¿a poco no? Aquí entre nosotros nos discriminamos por cómo vestimos, por cómo calzamos, cómo te portas, cómo caminas. Es una comunidad muy agresiva».
Saborea su desayuno mientras dice que desde que el padre Benito llegó a la parroquia cambiaron muchas cosas en esta comunidad, no sólo porque tiene al menos un alimento del día seguro, sino porque también en ocasiones les da techo y los lleva a retiros, donde se sienten cobijados.
«Me han dicho que le doy de comer a parásitos, pero yo estoy aquí para ayudarlos»
Al entrar a la parroquia se siente el aroma de la comida, en la parte de atrás se encuentra la cocina, desde temprano varias voluntarias comienzan a preparar todos los alimentos. En ollas grandes está hirviendo la salsa verde del plato fuerte, en otra están los frijoles y en la que está del otro lado se está terminando de cocer el arroz.
Benito Javier Torres Cervantes, párroco de la iglesia de la Santa Cruz y Nuestra Señora de la Soledad, relata que llegó hace cuatro años y medio a este recinto, al hacer un análisis de la situación de la comunidad uno de los temas que resaltó fueron las personas que dormían en El Parque de la Soledad.
Cuando empezaron a servir el desayuno llegaban entre 18 y 30 personas, actualmente alimentan hasta a 200 indigentes, pero su labor no termina ahí, en época invernal abren las puertas del templo para que duerman ahí y no sufran el frío en la intemperie. También en algunas ocasiones les dan la oportunidad de bañarse y les regalan un cambio de ropa.
«Los empezamos a llevar a retiros de una semana en donde les hablamos de la dignidad de la persona humana, sobre la situación de calle, sobre las drogas, el alcohol. El tema es el perdón, porque ellos tienen muchas cosas que trabajar interiormente», detalla.
«Algunas veces me han dicho que le doy de comer a parásitos, que le doy de comer a personas que ya no tienen remedio. Mi respuesta es que yo no soy quien para juzgar, sino que al contrario, yo estoy aquí para ayudarlos y probablemente no todo el 100% quiera salir, sus razones deben tener, pero con que uno diga yo sí quiero, pues vale la pena todo el esfuerzo que se hace», enfatiza el padre Benito.
De las personas en condición de calle que acuden diariamente a recibir su desayuno en la parroquia, un 5% mujeres, cinco de cada 10 son jóvenes y el otro 50% son personas que van de los 35 a los 70 años.
El sacerdote expresa que las causas que llevaron a estas personas a vivir en la calle son muy diversas, «cada persona trae su historia, sus heridas, sus traumas, su dolor, que solamente metiéndose a su mundo, escuchándolos, uno los puede entender, porque desde afuera es fácil señalarlos, es fácil decir que están jóvenes, que le echen ganas a la vida, pero hay que meterse en su mundo para poder entender todo lo que traen».
Una de las mujeres que llegó a la iglesia para quedarse es Marisela Mercado Gómez, quien es trabajadora sexual. Vive en la calle, pero en este lugar ha encontrado apoyo cuando lo ha necesitado, tanto que ahora no sólo va por su desayuno, sino que también ayuda a servirlo.
«El padre es atento a uno, nos atiende seas como seas, incluso si eres drogadicto, porque aquí llega de todo y es lo que a mí me parece bien, porque el padre también come de lo mismo que uno come, yo lo he visto. Él se sienta a comer con nosotros, no le da asco si andas meado o andas sucio, a él no le da pena», resalta.
Actualmente, Marisela tiene 35 años, consume piedra, pero dice que desde hace algún tiempo trata de dejar las drogas. Narra que en las calles le ha tocado pasar hambres, frío y humillaciones de la gente que no los comprende. «Hay personas que dicen que por qué el padre va a dar a los drogadictos, pero no saben qué tenemos adentro, qué es lo que vivimos, qué enfermedad tenemos».
Destaca que el padre Benito hace lo posible para darles cada mañana por lo menos un pan, frijoles, arroz, pollo e incluso en algunas ocasiones se sienta a comer con ellos, lo que los hace sentir que no están solos y que tienen a alguien que les extiende la mano.
«Mi pareja está embarazada y estamos en situación de calle»
Miguel Ángel Cabrera Martínez va a la parroquia casi diario para recibir su desayuno desde hace cuatro años. No siempre vivió en las calles, llegó a esta condición cuando salió en libertad después de estar preso por estar involucrado en drogas.
Relata que cuando quiso regresar a su casa, su familia ya no lo aceptó porque ya no confiaba en él. Asegura que ya no roba y ahora se dedica a limpiar parabrisas, pero está en una situación compleja, ya que «ahorita vivo con mi pareja, está embarazada y estamos en situación de calle».
Ella tiene 23 años y siete meses de embarazo, a él le gustaría que fuera una niña y sueña con poder tener una familia y un trabajo para poder darles un hogar. Le preocupa cómo lo va a lograr, ya que con lo que gana limpiando parabrisas no le alcanza y su pareja no le puede ayudar.
«Ella no puede ahorita ya, pero cuando estaba bien me echaba la mano para de repente para pagar un cuarto de hotel, cuando podíamos, para irnos a asear y lavar la ropa, pero ahorita ella ya no puede y le tengo que echar ganas solo», dice con preocupación.
Por eso destaca que les ayuda mucho que en la iglesia les den de desayunar, además de que los tratan bien, como las personas que son, a pesar de las condiciones en las que se encuentran.
Gabriel Rojas, director General de la organización Ednica, explica que es una violación a los derechos humanos que haya personas viviendo en las calles, por lo que es un problema que tiene que abordarse con un enfoque de este tipo.
«Es un fenómeno en el que no podemos culpar a la persona que vive en calle de su propia exclusión y por supuesto que es necesario que existan lugares donde ellos puedan comer, donde ellas tengan acceso a cobijas, donde se puedan asear, pero eso no va a resolver el problema», afirma.
Alerta que prácticamente el 100% de quienes viven en calle consumen droga, 80% incluso dos sustancias, «nosotros pensamos que debemos enfocar esta temática desde un enfoque de salud pública y no de seguridad policiaca».
Al vivir en las calles, señala Rojas, las principales fuentes de violencia suelen ser policías que los sancionan por realizar actividades en vía pública. «El modo en el que ellos y ellas hallan para generar un recurso suele estar sancionado por la ley».
Sin embargo, los riesgos a los que se enfrentan son múltiples: «Sobre todo están expuestos a un catálogo muy fuerte de manifestaciones de violencia, puede ser de vecinos, de grupos de delincuentes en las comunidades, de comerciantes ambulantes. Estar en la calle es ser objeto de muchos grupos para recibir violencia, física, psicológica, verbal, sexual, sobre todo las mujeres».
"Sueño con tener una casa, que Dios se manifestara y algún día me tocara"
Se estima que en la capital cerca de 4 mil y 6 mil personas se encuentran en situación de callehttps://lasillarota.com/metropoli/sueno-con-tener-una-casa-que-dios-se-manifestara-y-algun-dia-me-tocara-navidad-2019-navidad-cdmx/347128
Posted by La Silla Rota on Sunday, December 22, 2019
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